domingo, 5 de febrero de 2012

el día que me llamó kirchner

Néstor Kirchner llamó ese martes hacia el mediodía, después de las dos andanadas acusatorias hacia su persona. El firmante, que no conocía al ex presidente ni había hablado nunca con él, fue hacia el teléfono, prometiéndose firmeza frente a cualquier ataque, porque seguro que él llamaba para confrontar duramente.
Un secretario dijo: “Le paso con el doctor”, lo cual vino muy bien porque el periodista no sabía como tratarlo.
–Holaaaa…
–Buen día, Víctor Hugo, ¿cómo está?
–Bien “doctor”, bien, algo preocupado, se imaginará. (Buena consejera es cierta humildad, se dijo.)
–No, mire, la verdad es que lo llamo porque a usted, a usted –remarcó–, quiero decirle cómo son las cosas. (¿Cómo “eran”, si estaba todo tan claro…?) Yo compré esos dólares para una operación que debía hacer en esos mismos días. Los compré con mi nombre, hasta el tope permitido en el Banco Central, no me escondí para hacerlo, puse mi nombre, respeté la ley y le aseguro que no lo hice para especular de ninguna manera sino para afrontar un compromiso muy claro.
Pero doctor, ¿por qué dejó pasar estos días sin aclararlo? (Un reproche como para ir justificando la mancada.)
–La verdad es que ya estoy cansado. Van a decir lo que quieran, siempre. Y le diría que ni me importa. Mienten como animales, y no tengo ganas de aclararles nada.
Pero qué macana, al fin de cuentas, porque ¿sabe lo que me da más verguenza? Ni se me ocurrió lo que usted me explica. Estamos hechos para pensar mal, parece tan simple lo que me explica que…
–Tengo aquí los papeles para mandárselos al instante, porque quiero que vea usted mismo…
No, espere, doctor. Si esto es como usted me dice, yo ya lo insulté, y aceptar que me lo pruebe sería volver a insultarlo. Le creo, entiendo muy bien lo que me dice y le pido que me deje volver al micrófono para pedir las disculpas que le ofrezco muy… avergonzado, doctor, muy abochornado.
–Permítame decirle que no quiero que haga una aclaración, lo que me importa es que usted lo sepa. Nada más. (Kirchner hablaba con calidez, con respeto, sin calentura, con nobleza… ¿Dónde estaba la bestia peluda que pensaba enfrentar este cronista cuando iba hacia el teléfono?) Por más que aclare, me van a pegar por otro lado. Es lo mismo, déjelo correr… ¿Sabe por qué se lo quería decir? Porque yo creo saber quién es usted, y me importa que sepa esto. Nada más. Sólo me sentiré mejor si me dice adónde puedo enviarle los papeles de lo que le digo. Mi secretario, aquí al lado, se los puede entregar en media hora. Así que…
–Doctor, olvídese. Hablamos en otra oportunidad, pero ahora déjeme ir al micrófono. En este momento le pido disculpas, pero lo que dije no lo dije en un teléfono, sino en un micrófono, y es ahí donde quiero hablar.
No lo haga, ya está. Yo me conformo con que usted…
-Doctor, le mando un saludo y lo dejo, permítame. (Se oyeron unas palabras más de Kirchner pero se perdieron en un “hasta cualquier momento, doctor”).
( Leído acá).

1 comentario:

MUMI dijo...

ESTE TIPO DE COSAS ADEMAS DE OTRAS LO HACIAN TAN GRANDE A NESTOR! POR ESO PARA MI FUE EL MEJOR PRESIDENTE QUE CONOCI!