lunes, 29 de septiembre de 2008

Moor sostiene que se está cometiendo el mayor robo de la historia


Con una carta abierta, Michael Moore denuncia "un golpe" detrás del plan de salvataje

En el mensaje, que fue subido hoy a su página web, el documentalista afirma que se está cometiendo el mayor robo de la historia de los Estados Unidos. Denuncia que, antes de dejar la Casa Blanca, Bush y sus allegados están saqueando cada dólar que pueden del Tesoro norteamericano.
El documentalista Michael Moore, que en los últimos años no ha ahorrado críticas contra George W. Bush, publicó hoy en su página web una carta sobre la crisis financiera que atraviesa los Estados Unidos en la que denuncia que el plan de salvataje acordado ayer en el Congreso constituye un verdadero "golpe" para saquear el Tesoro norteamericano. Moore dice que aunque en esta oportunidad no se estén usando armas, están tomando de rehenes a 300 millones de personas, en referencia a la población estadounidense. Y advierte que pese a lo que digan, o a las palabras atemorizadoras que utilicen, su único objetivo es mantener y acrecentar su fortuna. El cineasta afirma que lo más grave de toda la situación en torno a la crisis, es que nadie sabe realmente de qué se trata ni cuán profunda es. "Si hasta el secretario de Tesoro Paulson admitió que no sabe cuánta plata se necesita (¡se le cruzó por la cabeza la cifra de US$ 700 mil millones!)". Con ironía, Moore dice que pese a los mensajes que buscan generar pánico y que vaticinan que el fin está cerca, "nada en el plan de rescate hará que baje el precio del combustible que le tenés que poner a tu auto. Nada te va a proteger de perder tu casa. Ni te dará seguro de salud".

Julián nos cuenta porque no hay suicidios de banqueros

COLAPSO FINANCIERO Y GUERRA FALLIDA


Por: Julián Licastro


Los extremos se tocan

Entre los hechos sorprendentes que nos ha tocado presenciar en su mismo escenario político, durante nuestra estadía en Washington, se encuentra sin duda el actual colapso financiero de Wall Street, cuyo máximo símbolo, las “Torres Gemelas”, fuera destruido en el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001. Esta vez otro fundamentalismo, el del “capitalismo salvaje”, según la acertada expresión de Juan Pablo II, fue el causante de una conmoción comparable, aunque en el orden no menos cruento del desastre económico globalizado, y sus devastadoras consecuencias sobre millones de personas inocentes respecto de las decisiones irracionales que lo ocasionaron.

Esta crisis espectacular, que es la más grave desde la gran depresión iniciada en 1929, tiene una relativa contención en las operaciones de rescate realizadas por los bancos centrales, instituciones nacionales de última instancia que entonces no existían, y que fueron creadas precisamente para actuar en situaciones límites. Por eso no hay suicidios de banqueros y gerentes, sino hasta “júbilo”, según dicen los diarios, ante las medidas de rescate que les han permitido a éstos obtener ganancias extraordinarias en el juego bursátil de pérdidas históricas y recuperaciones sorpresivas por la intervención arbitraria del Estado. Al mismo tiempo que, antes de ser desplazados por los funcionarios oficiales nombrados en la emergencia por el gobierno, autoasignarse grandes honorarios y titularidades de bonos que, paradójicamente, premian y no penalizan su conducta empresaria.

Pero estos contrastes en la suerte individual de ganadores y perdedores en el arte perverso de la especulación, que castiga paralelamente al mundo de la producción y el trabajo, no es lo más significativo de esta realidad vertiginosa, sino el trastocamiento absoluto del sentido y la finalidad del rescate estatista intentado por la Reserva Federal. Este rescate está dirigido a favorecer no sólo a grandes bancos privados, sino a instituciones financieras no bancarias; empleando toda una gama de medidas, procedimientos y fondos de utilización inédita en casos de quiebras y bancarrotas. En síntesis: la “nacionalización” y “estatización” de los gigantes financieros colapsados, utilizando masivamente dinero público de los ciudadanos contribuyentes, implica un socialismo al revés donde la seguridad y los beneficios son privatizados, y el riesgo y los costos son colectivizados [Nouriel Roubini – Prof. New York University].

Este obvio contrasentido, encabezado por el llamado “fundamentalismo de mercado”, que llevó a cabo la más agresiva campaña por el libre comercio, la privatización de las empresas públicas y la desregulación económica indiscriminada, dió paso a la circulación de todo tipo de ironías por parte de analistas y comunicadores estadounidenses. En este tono, se habla de “los camaradas Bush, Paulson y Bernanke” creadores del “socialismo siglo XXI” y de la “República Socialista de los Estados Unidos de América” [William Buiter].

El tema en rigor es más dramático. Los costos mínimos del rescate de quienes concentran la mayor riqueza del país, ha sido calculado inicialmente en 2.000 dólares por persona que paga impuestos, o 10.000 dólares por familia norteamericana; aunque aún no se hayan hecho proyecciones de lo que implicará como impacto negativo, vía recesión y sus secuelas, en otros países y continentes. Es el resultado, como se advierte, de un extremo ideológico que puede acudir, en su propia ayuda, a medidas y modelos de su polo opuesto [capitalismo - comunismo].


Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago

Esta operación de rescate y estatización, considerada por los expertos como la mayor de la historia, presenta igualmente otros rasgos paradójicos, pero de distinto signo. Es el caso de las presiones sobre el Departamento del Tesoro de EE.UU., para que se hiciera cargo de las firmas hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac, ejercidas por tenedores extranjeros de títulos de deuda, como China con 376.000 millones de dólares, y Rusia con 75.000 millones de dólares, además de Japón con 225.000 millones de dólares. Cifras muy importantes que nos dicen de una globalización financiera que no sólo sobrepasa cualquier barrera ideológica, si la hubiere, sino también cualquier cálculo de interés geopolítico.

Esta quizás sea la primera vez que los bancos centrales extranjeros usaron su poder como acreedores, para hacer que el gobierno federal de la superpotencia militar adoptara medidas que protegieran intereses externos [Brad Stetser, experto en geoeconomía del Consejo de Relaciones Exteriores con sede en Washington]. Hecho singular que, en nuestra interpretación, relaciona directamente la economía y la estrategia, y puede develar la naturaleza del “poder detrás del trono” en un país que siempre alega su liderazgo de la democracia en todo el mundo.

El telón de fondo de esta gran crisis, donde sólo deciden realmente quienes detentan poder, ha sido -como en las realidades más acotadas de nuestros propios países dependientes- un coro mediático de ocultamiento del desastre hasta último momento. Baste decir que por meses no se habló aquí de recesión, sino de “crecimiento lento” [Bush], y hasta el candidato republicano, en el momento inicial del rescate, afirmó que “los elementos esenciales de la economía de este país son fuertes” [Mc Cain].

Es lo que confiere a los hechos ahora revelados el carácter de “escándalo” y, según algunos comentarios, el de “estafa”, por el encubrimiento de datos claves para procesar las decisiones económicas del cúmulo de ahorristas, pensionistas y pequeños inversores, todos los cuales fueron burlados en su buena fe respecto del actual régimen económico. La situación se agrava porque el FBI, con su departamento de inteligencia económica, se encuentra investigando la comisión de posible fraude por, al menos, cuatro de las grandes empresas en cuestión.

Mientras, de otro lado, crecen las dudas en muchos legisladores oficialistas y opositores por el debate parlamentario sobre los 700.000 millones de dólares pedidos por el Presidente para paliar la crisis. Estos legisladores, siguiendo la opinión popular y sus encuestas, no vislumbran detrás de esta cifra enorme la existencia de un verdadero plan de recuperación económica del país, y mucho menos un auxilio concreto para la gente común que ha perdido sus casas, sus empleos y sus pensiones.

Por lo tanto está en plena discusión el cuánto, el cómo y el quién de este salvataje; ya que de cumplirse exactamente lo solicitado en la comunicación al Congreso, la acumulación de recursos para la decisión de una sóla persona –el Presidente Bush, asistido por el Secretario del Tesoro Paulson- sería la más grande de la historia mundial de la economía y las finanzas. Por lo demás, el mandatario, en su mensaje televisado a la nación, práctica poco frecuente aquí, urgió la aprobación del texto enviado so pena de producir “pánico financiero” y una “catástrofe económica”; lo que equivale a admitir de golpe, y sin autocrítica alguna, un rumbo económico tan prolongado como errado.


No convertibilidad del dólar y especulación financiera

En efecto, los economistas consultados atribuyen el inicio de la especulación desbordada a los últimos tiempos de la Administración Reagan, donde se aplicó la desregulación de la actividad bancaria comercial, y se permitió el funcionamiento de hecho, como si fueran bancos, de agencias de corretaje bursátil e inmobiliario. Estas empresas irresponsables, sin el tradicional control estatal de su actividad, potenciaron el mercado de reventa de hipotecas y de otros valores con fines especulativos, “creando” una masa de dinero no sostenida en los bienes de la economía real [la “burbuja financiera”].

Haciendo un poco de historia sucede que, desde la década del 70 - luego que Charles de Gaulle exigiera la conversión en oro de los dólares–billete de la reserva de Francia, y la posterior “no convertibilidad” dictada por Nixon - EE.UU. había disfrutado de la emisión discrecional de su papel moneda, que era a la vez la divisa internacional del comercio mundial y del atesoramiento bancario; desplazando progresivamente a la libra esterlina con la cual se había construido el viejo imperio británico.

La década del 80 registró ya los primeros defasajes de esta referencia monetaria asimétrica, que privilegiaba al nuevo imperio norteamericano, y de allí las crisis de la OPEP y su masa de “petrodólares”; elevando el precio de los hidrocarburos como referencia más real del intercambio económico. Esta situación que aún subsiste, aunque aprovechada por las corporaciones petroleras transnacionales, tiene sin embargo un nuevo referente en la visionaria creación del euro, que dió lugar a la mayor operación de reconversión monetaria de la que se tiene memoria.

Este es uno de los límites actuales de la economía a escala global, junto con el paralelo florecimiento de espacios regionales integrados de producción y comercio, que evitará que esta vez la red de países pequeños y medianos –como el nuestro- pague directamente, y en forma multiplicada, la crisis del sistema central. Es el sentido de aquella frase que decía que un resfrío en Wall Street era una neumonía en la periferia del régimen capitalista.

La desregulación económica como problema y falsa solución

Lo insólito es que hoy mismo, según se ve, al problema producido por la desregulación de los grandes grupos financieros se lo pretenda solucionar con una ley que consagra una desregulación aún más drástica, desde que el Departamento del Tesoro puede comprar cualquier empresa, en cualquier condición y a cualquier precio, con el argumento de evitar un derrumbe total del sistema nacional y el consecuente caos global.

Si hay algo que no parece aquí por ningún lado es la tan mentada “ortodoxia económica”, que en realidad actuó por décadas como discurso teórico justificador del poder liso y llano de los centros financieros y comerciales dominantes, beneficiados por la red de influencias y condicionamientos impuesta por la articulación imperial de los espacios económicos, especialmente en los países subdesarrollados. Estos países, con gran parte de su dirigencia política y empresarial cooptada por “organismos internacionales” supuestamente técnicos e independientes, recibieron las enseñanzas al revés de la factibilidad de un desarrollo propio y autosostenido, que en realidad debería haber respondido a la necesidad de inclusión social, integración territorial y unión regional.

En consecuencia, los proyectos exitosos que permitieron la emergencia de estados importantes del llamado “tercer mundo” como China e India, lo hicieron a partir de la “heterodoxia”, por denominar así a las tendencias soberanas dirigidas a alcanzar la máxima autonomía posible en los objetivos y metas del desenvolvimiento económico, y la utilización más adecuada de los recursos naturales e históricos de cada pueblo. Para una simple muestra del destino final de instituciones como Merrill Lynch o la centenaria Lehman Brothers, que se cansaron de emitir informes negativos y pesimistas sobre el “riesgo país” de la Argentina, digamos que están en quiebra o fueron vendidas al mejor postor, dentro del pragmatismo oportunista del capitalismo global [Carlos Benítez].

Ni Argentina ni Brasil -dueño de una de las economías de mayor volúmen mundial- han sido consultados respecto de estas decisiones macroeconómicas que tendrán que resignarse a sufrir, sin participar ni siquiera de un debate de ideas e iniciativas. Y no lo serán hasta que, vía la unión de los países suramericanos, en un proceso creciente de regionalización en ésta y en otras partes del globo, salgan de la marginalidad estratégica que los condena, de modo simultáneo, en el plano diplomático y económico.


El Pentágono y la “sucesión apostólica”

En este sentido, es interesante y esclarecedor observar la estructura y los mecanismos de decisión utilizados en el intento de resolver una crisis tan grave según los grandes intereses corporativos*, que exceden el manejo de los partidos políticos de este país, hoy en plena campaña electoral presidencial. Campaña que ahora aparece devaluada, ante el peso de las medidas económicas que está tomando precipitadamente un grupo de dirigentes al final de su mandato, pero que ejercen, con la anuencia del Pentágono, lo que algunos autores llaman “la sucesión apostólica” [James Carroll].

Según esta sucesión corporativa, establecida en el corazón de la más alta concentración de poder económico y militar, antes que el pueblo vote para refrendar públicamente lo decidido a puertas cerradas, se determinan los futuros programas y equipos de gobierno. Es decir: la selección corporativa condiciona por adelantado la elección partidista, cualquiera sea el resultado el día del comicio.

Este es, sin duda alguna, el mismo grupo selecto que declaró en Irak la “guerra del petróleo” [Alan Greenspan], utilizando presupuestos de defensa con cifras históricas, y reportando a la vez ganancias sin precedentes a las corporaciones transnacionales de este sector hegemónico. Queda abierta, entonces, una reflexión profunda que pueda vincular a los responsables directos o indirectos de la crisis financiera en curso, con la estrategia fallida de una guerra que están pagando los pueblos, con sangre o con el dinero de su bolsillo, pero que como hecho histórico, debe aceptarse, no tiene ninguna gloria ni destino.


* El actual Secretario del Tesoro H. Paulson es un conocido millonario del círculo financiero estadounidense y presidente de la importante firma bancaria Goldman Sachs hasta el 2006. Según la prensa de Washington, Paulson insistió hasta unos días antes del colapso que el sistema financiero “andaba bien” y que cualquier problema se resolvería “a su tiempo”.

Sobre Rucci. Pedido de publicación de Jorge Rulli



La Argentina continúa siendo felizmente imprevisible. Un país difícil de controlar, un país en que siempre salta la liebre por donde menos uno se lo espera. Todo el edificio del progresismo que gobierna, ha sido construido trabajosamente a lo largo de muchísimos años y ha teñido con su pensamiento y sus políticas de derechos humanos transformados en ideología, todo el espacio del pensamiento, de la cultura y en especial de la política. Lamentablemente para ellos, tiene en su base algunos puntos débiles. Y uno de esos puntos que ponen a temblar a todo el edificio es el asesinato de Rucci, el 25 de septiembre de 1973. José Ignacio Rucci era el Secretario General de la CGT y funcionaba como el sostén de Perón, su hombre de mayor confianza, aquel en que el líder confiaba plenamente y en quien depositaba los proyectos de futuro. Lo asesinaron tan solo dos días después de una elección única en la historia, en que la formula Perón Perón había sido plebiscitada, por más del 65% de los votos. Su muerte afectó profundamente a Perón y aceleró su muerte. Le tronchó las piernas tal como el mismo Perón expresó de manera conmovedora. Hacia pocas semanas que el golpe de Pinochet había terminado con el Gobierno de Allende en el vecino Chile e instaurado una dictadura feroz, cuyas consecuencias marcan todavía la vida del país hermano. Nadie podía ignorar cuáles eran, en esos momentos, los riesgos que corría la Argentina, tampoco nadie podía presumir que podíamos debatir impunemente mediante crímenes como el de Rucci, en los marcos aceptados de la democracia, del gobierno, y desde un Estado, que los propios asesinos compartían. Tal vez por eso jamás reconocieron públicamente su autoría, aunque las pruebas fehacientes y la memoria de aquellos días y el cúmulo de los propios reconocimientos en sordina, no dejan lugar a dudas, de quienes fueron los autores. No obstante, son muchos los que han conspirado para que la Argentina olvide a Rucci y el gremio metalúrgico no ha sido ajeno a ciertas complicidades con los autores del magnicidio, hecho trágico que sin lugar a dudas facilitó el camino hacia el golpe militar del 76. En los años últimos se llegó al extremo de afirmar en el propio seno de la CGT y con desparpajo, que los autores fueron de la CIA, y desde la Secretaría de DDHH de la Nación se les pagó la indemnización a los familiares de Rucci, sugiriendo la sorprendente teoría de que la muerte fue realizada desde el Estado mismo, por la triple A de José López Rega. En verdad, ha sido todo ello, no solo una farsa, sino un agravio a la inteligencia y a la memoria de los argentinos. No dudo que la muerte aquella se ejercitó desde el Estado, varios gobiernos provinciales y hasta la Universidad de Buenos Aires pueden haber ejercido como bases y respaldo para el desarrollo de una operación criminal que liquidó la columna central de aquel gobierno y de aquel proceso nacional.

Hechos circunstanciales, ciertas torpezas política, así como el fracaso notorio de ciertas políticas setentistas, en los últimos tiempos, han posibilitado que aquel crimen ahora se reinstale en los medios, en la Cámara de Diputados y en estrados judiciales, probando una vez más que la historia contemporánea no está cerrada, que el pasado reivindica su propia justicia y que el proceso de la Revolución Nacional interrumpida no corre precisamente por andariveles cartesianos. Soy plenamente conciente que, buena parte de una generación que hoy está en los cincuenta años o poco más, y que participa del poder político y económico, abrazó en los años setenta paradigmas y conceptos revolucionarios que fueron en aquellos años una modalidad bastante generalizada de pensamiento, que esos paradigmas los condujeron a aceptar encuadramientos y políticas, a veces aberrantes, y que hoy rechazarían absolutamente, pero que, en aquel entonces los llevaron a exaltar sentimientos y certezas incapaces de advertir matices. Todo se supeditaba a una despiadada lucha por el poder y las consecuencias fueron funestas. Hoy, treinta y cinco años después no solo sería fácil decir que aquel final era previsible, sino que además, no costaría demasiado aceptar que buena parte de aquellos paradigmas y de aquellos conceptos han perdido vigencia y tanto el mundo como los propios descendientes de aquella generación de los años cincuenta, tienen otras visiones y otros cultos.

Buena parte de aquellas cosmovisiones que enamoraron multitudes se cayeron con el muro de Berlín y con el marxismo de mercado. El mundo ha cambiado, y suele resultar difícil comprender las nuevas luchas desde las miradas congeladas de aquellos tiempos. De allí esta persistente demanda para adecuar los pensamientos a los nuevos tiempos. Pero ello requiere revisar aquellos años y comprender que las consecuencia de aquellos desvaríos no fueron una derrota sino que fueron un fracasó. Es que hacer la diferencia entre derrota y fracaso en relación a los años setenta, no es algo accesorio. Son precisamente muchos de aquellos, los más empecinados en rechazar la idea de fracaso y en persistir en un pensamiento fuertemente estructurado, los que han acompañado las políticas neoliberales y privatizadoras, muchos también han ayudado a construir un tinglado ideológico setentista tardío, que como una rémora acompaña las actuales políticas amigables con las corporaciones y desde las que, acostumbran a demonizar al campo como la nueva derecha, cuando en realidad no hacen sino repetir, aunque de otra manera, los viejos errores y los gestos que los llevaron a coaligarse con Lorenzo Miguel y asesinar a Rucci. En estos días demasiados escribientes del poder que defienden sus pequeños privilegios, han instalado debates sobre la propia personalidad de Rucci y sus responsabilidades, como si poder probar sus vinculaciones con ciertos excesos de violencia de la época, o el que algunos delirantes vistieran camisas negras en su entierro, pudieran justificar el magnicidio. Nuevamente pretenden que veamos la superficie de las cosas y que evitemos reflexionar como seres adultos. No se trata tan solo de quien fuera la víctima, sino de que se reconozca la responsabilidad y el crimen de ejecutarlo en medio de una democracia y cuando se ejercían miles de altos cargos funcionariales en el Estado, y sobretodo se trata de tener en cuenta, las enormes consecuencias que ese crimen desató. El golpe militar del año 76, fue la consecuencia no solo de la muerte de Perón y de la debilidad del gobierno que lo continuó, sino también, de los desvaríos y de las aberraciones que se cometieron y que continúan impunes.

Soy consciente que los problemas que estoy abordando y los desafíos que expongo, no son fáciles de enfrentar. Tampoco lo han sido para mí, que fui un protagonista activo en aquellos años. Pero estoy convencido que si no asumimos la muerte de Rucci como lo que fue, un crimen atroz que cambió el rumbo de la historia y condenó al proceso popular, un crimen absolutamente contrarevolucionario que es origen de este engendro en que cierto antiperonismo visceral hable hoy lenguajes extraños travestido de peronismo, es difícil que podamos recuperar una mirada histórica que nos permita enfrentar los dificilísimos problemas con que a poco tiempo nos enfrentaremos. Estamos en medio de una crisis global como no se recordaba otra desde los años treinta, y como condenados al fracaso, permanecemos impasibles, ganados por la soberbia y por la estulticia, cuando deberíamos estar construyendo como en una colmena, las defensas necesarias para que la debacle que, inexorablemente llegará a nosotros, no nos arrastre. Un país que depende absolutamente de insumos externos, que depende de la exportación masiva de commodities, un país que ha despoblado el territorio y que ha concentrado sus poblaciones en enormes ciudades donde la principal subsistencia de las mayorías son los planes asistenciales, es un país que inexorablemente sufrirá los impactos de la crisis sin atenuantes y sin defensa alguna. Si no podemos asumir y resolver el pasado inmediato, menos podremos resolver nuestro presente.
Jorge Eduardo Rulli

¿El 70 % de los votos...alcanzan?

Ganó Ecuador

El texto no se queda solamente en los derechos políticos, económicos y sociales, sino que le dedica largos párrafos a la filosofía ancestral del sumak kawsay (el buen vivir), los derechos de la Pachamama y de los más desprotegidos o marginados, los ancianos, embarazadas, niños, discapacitados, enfermos, desplazados y presos.

En sus 444 artículos equipara la Justicia indígena con la ordinaria, establece la unión civil entre dos personas sin importar su sexo, declara la imprescriptibilidad de los delitos de genocidio y crímenes de lesa humanidad, garantiza por primera vez la gratuidad de la salud y la educación, y recupera el rol regulador y planificador del Estado en la economía. Para los movimientos indígenas es un primer paso hacia la verdadera revolución; para la derecha es la revolución.

Una de las nuevas prerrogativas presidenciales es el control de la política monetaria. El Banco Central pierde su autonomía y se convierte en un mero gestor de las decisiones del Ejecutivo. “En seis meses la economía ecuatoriana va a estar desdolarizada”, alertó a este diario el ex diputado del Partido Social Cristiano Luis Fernando Torres. El dirigente es un hombre cercano al alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, el enemigo número uno del nuevo texto constitucional.

Como Nebot, Torres no cree en las promesas del presidente de mantener la moneda norteamericana. La nueva Carta Magna, advirtió, no menciona el dólar. Pero tampoco lo hace la actual. De hecho la vieja Constitución establece al sucre como la moneda nacional, aunque el gobierno neoliberal de Jamil Mahuad dolarizó la economía en el año 2000, por consejo de Domingo Cavallo.

“La Constitución estadounidense tampoco menciona al dólar. Igual no tienen nada de qué preocuparse; vamos a mantener la dolarización”, aclaró a PáginaI12 el ministro de Seguridad Interior y Exterior, Gustavo Larrea, minutos después de acompañar a Correa a votar. El hombre de confianza del presidente también negó que se le diera más poder al Ejecutivo. “Por el contrario, lo limita. Buscamos un equilibrio de poderes”, aseguró. A partir de ahora, explicó, la Asamblea Nacional podrá destituir a los ministros nacionales e, inclusive, al propio presidente.

Pero mientras eso ya se cumplía en la práctica, el cambio sustancial es que el presidente también podrá disolver la Asamblea Nacional. Tendrá el poder de hacerlo una vez en su mandato y sólo si logra convencer a la Corte Constitucional de que los diputados se arrogaron competencias que no le correspondían o bloquearon sistemáticamente su Plan Nacional de Desarrollo –el programa que a partir de ahora debe redactar cada presidente para marcar el rumbo de la economía–. Si lo consigue, deberá convocar elecciones anticipadas, presidenciales y legislativas, en un plazo de tres meses.

Lo que realmente desvela al establishment guayaquileño son los cambios económicos. “El Estado se reserva el derecho de administrar, regular, controlar y gestionar los sectores estratégicos”, dice el texto. A continuación enumera los sectores: la energía en todas sus formas, telecomunicaciones, recursos naturales no renovables, transporte, refinación de hidrocarburos, biodiversidad, patrimonio genético, espectro radioeléctrico, agua y los que más adelante se definan por ley.

La oposición ya quiso sembrar el miedo y habló de nacionalizaciones y expropiaciones masivas. Sin embargo, según el ministro Larrea, el objetivo no es ese. “Queremos empresas mixtas en las que el Estado tenga 51 por ciento de las acciones”, explicó.

Los constituyentes también escondieron algunos incisos de avanzada. Por ejemplo, los ecuatorianos que adeudan pensiones alimenticias, fueron condenados por corrupción o tienen contratos con el Estado no podrán ser candidatos a ningún cargo público. Asimismo, inmediatamente después de terminada su gestión, los ministros nacionales no podrán ser parte de directorios de empresas privadas o representarlas de ninguna manera. La Carta Magna también prohíbe la estatización de cualquier tipo de deuda privada, la creación de latifundios y la pena de muerte.

Página/12