jueves, 25 de septiembre de 2008

Rucci. Opinión de la revista La Otra

Historias para no dormir
Por Oscar A. CuervoSe están por cumplir 35 años del asesinato de Rucci y se vuelve a hablar del asunto. En estos días ha salido un libro de Ceferino Reato que cuenta la historia, Operación Traviata, que inmediatamente se ha convertido en éxito de ventas.
Ayer a la noche vi una entrevista que le hizo Gerardo Rozín al autor. No sé quién es Reato, ni qué tal será su libro, pero la charla con Rozín fue lo suficientemente interesante como para darme ganas de leerlo.
Me parece que Reato sentó algunas tesis súmamente inteligentes para meterse con la cuestión: la necesidad de no plantear este episodio de un modo maniqueo, no someterlo a una moralidad exterior a la época en la que los hechos sucedieron, comprender el valor humano de estos personajes, tanto de Rucci como de quienes lo asesinaron, hacerse cargo de la tragedia que significa para la sociedad argentina que unos y otros hayan muerto en estos enfrentamientos. Dijo Reato, refiriéndose a Rucci y a los que lo mataron, que hoy la sociedad argentina los necesitaría y que le daba mucha rabia que la violencia de nuestra historia nos haya hecho perderlos. Me parece que nunca escuché decir esto, al menos no con la serenidad con que Reato lo decía, sin instrumentar el tratamiento de un episodio tan controvertido en función de las mezquindades y los intereses subalternos que nos resultan tan habituales.
Creo que la Argentina ya está madura para pensar en esta cuestión. Hasta hace poco, cualquier discusión sobre la violencia de los 70 estaba obturada porque el Estado mantenía una comunidad jurídica y política con las doctrinas y las personas que instalaron el terrorismo estatal de los 70. Un estado que no asumía su responsabilidad jurídica en la masacre nos envolvía a todos como cómplices. La reactivación de los juicios, la derogación de las leyes y decretos de impunidad, el desmantelamiento de los campos de concentración, el pedido oficial de disculpas a las víctimas del terrorismo, la destitución de los retratos de los dictadores en edificios oficiales han sido gestos y posicionamientos de los años recientes: hasta que estas decisiones no se hubieran tomado los crímenes del estado argentino perduraban en su ejecución y todos los ciudadanos de esta república los seguíamos consintiendo. Esto no quiere decir que en la Argentina actual haya un respeto irrestricto de los derechos humanos, sino que la continuidad del estado terrorista ha cesado.
Entonces es un buen momento para discutir lo que pasó en los 70. No creo que la cosa pase por equiparar los asesinatos cometidos por las organizaciones armadas con los del estado terrorista, como si en ambos casos se tratara de crímenes de lesa humanidad (cosa que es tan común escuchar en estos días, en un remozamiento de la doctrina de los dos demonios). Me parece que el sistema jurídico debe reservarse una última diferencia para tratar de un modo distinto a quienes montan desde el estado un sistema criminal, porque es precisamente el estado el que debe velar para que se cumpla la ley y es inexcusable que se usen esos resortes del poder para vulnerarla. Por más crueles y despiadados que puedan ser los crímenes cometidos por organizaciones insurgentes, la diferencia entre una y otra cosa debe ser mantenida a rajatabla. El estado no debe poder matar en absoluto, por lo cual esos crímenes deben ser tratados como dirigidos contra el propio estado de derecho.

Dicho esto, un asesinato es un asesinato y eso fue lo que hicieron con Rucci. Lo más interesante de este caso es quién era Rucci, cuáles fueron las “razones políticas” que sostuvieron su condena a muerte. Sin conocer a fondo su historia, parece que Rucci fuera el más típico representante de la burocracia sindical y, por esto mismo, un ejemplo claro de un tipo de dirigente social generado en el seno de peronismo. No se entiende a la burocracia sindical sin comprender la historia del peronismo, así como no se puede comprender el peronismo si se prescinde de la ambivalencia inagotable de tipos como Vandor, Alonso, Rucci, Lorenzo Miguel, Oscar Rodriguez, Ubaldini, Moyano. No todos son iguales, cada uno tiene lo suyo, pero hay una matriz común: llevan el código genético del movimiento peronista y no se puede condenarlos ligeramente sin perder de vista la compleja riqueza del tipo de poder que ellos encarnan.
Que una organización armada con aspiraciones revolucionarias -como presuntamente eran los Montoneros- haya llegado a convencerse de la necesidad de matar a un sindicalista como Rucci, que hayan concebido la posibilidad de que “tirar un cadáver en la mesa de negociación” los iba a posicionar mejor frente a Perón, que esa fuera la manera de tramitar el poder -a la que ni Perón ni el resto de la dirigencia política argentina de la época podían declararse ajenos-, todo esto es uno de los nudos más difíciles de desatar para entender qué pasó, qué hicimos como sociedad.
La idea de que Perón iría a negociar cuando le “tiraran el fiambre”, un par de días después del aplastante triunfo de la fórmula Perón-Perón en las urnas (64 %), es de una torpeza política -para no hablar de la dimensión ética del crimen- que marca el grado de delirio que dominaba a la historia de esos días. Si así pensaban los que podían y querían transformar a la sociedad argentina, la cosa no podía terminar sino en una tremenda tragedia.
Reato señala una diferencia importante respecto de la política del ERP: esta organización de corte marxista-leninista adoptó una posición mucho más clara cuando el peronismo accedió al poder en el 73; se mantuvieron en la clandestinidad y siguieron operando contra la policía y el ejército, pero no contra los dirigentes políticos elegidos en las urnas. Esta sería una diferencia muy neta con la política militar montonera, mucho más ambigua, pugnando a la vez por ocupar espacios de poder en el estado y ejerciendo la violencia contra los “enemigos internos” del movimiento peronista. No sé si hay documentos que avalen esta tesis de Reato, pero lo que él dice resulta verosímil. ¿Hubo operaciones del ERP contra dirigentes políticos del gobierno civil?
El asunto es que los Montoneros creían posible tomar el poder matando a tipos como Rucci, sin ser capaces de establecer un matiz diferencial entre un burócrata sindical y el aparato asesino de la Triple A o un dictador como Aramburu. Esto que digo tampoco pretende justificar el asesinato de Aramburu, pero sí diferenciar el rol político que cada uno de ellos tuvo en la historia, para captar la lógica que puede haber llevado a los Montoneros a la conclusión de que tenían que matar a Rucci.
Reato cuenta un episodio interesante: cuando Perón se entera del asesinato de Rucci, su primera reacción fue convocar a algunos dirigentes cercanos a la JP (Reato nombra a Nilda Garré entre ellos) para mandarles un mensaje a los Montoneros: que ellos salieran a desmentir la autoría del hecho. Perón tenía esperanzas de que no hubieran sido los Montos sino el ERP los que mataron a Rucci. Garré y otra persona fueron a llevar el mensaje a la dirigencia montonera, a lo que ellos respondieron: “no podemos salir a desmentir nuestra autoría, por razones obvias”.
Así como los Montos creían posible que Perón negociara ante esta “demostración de fuerza”, Perón guardaba una esperanza de que ellos no hubieran sido capaces de matar al líder de la CGT. Entre personas no precisamente ingenuas, este desencuentro aparece hoy bajo una luz patética.
Voy a leer el libro de Reato.
Publicado por Oscar Cuervo

los observadores

Los observadores

Los derechos sobre las comunicaciones se han ido expandiendo a lo largo de la historia. Primero se resguardó el derecho de los impresores (art. 32 de la Constitución: “el Congreso Federal no dictará leyes que restrinjan la libertad de imprenta o establezcan sobre ella la jurisdicción federal”); el segundo fue el de los trabajadores de los medios: la cláusula de conciencia (un periodista tiene derecho a indemnización como si hubiera sido despedido cuando un medio por cualquier razón modificara su línea editorial); el secreto profesional (los trabajadores de los medios no están obligados a revelar sus fuentes). Por último, el que protege los derechos de los informados, el Pacto de San José de Cosa Rica, incluido en el plexo constitucional a partir de la reforma del ’94.Los conductores improvisaron una respuesta:–No, seguramente no es bueno, no es bueno que pase, pero lo mostramos porque son acusaciones que se hicieron contra el padre Grassi, no es que las estamos inventando.El filósofo insistió:–Inventar, no se inventa, pero hay un modo de transmitir, y creo que la gente no se da cuenta de lo que está viendo. Esto no es una noticia como las Olimpíadas. La escena del chiquito que lloraba para que el padre no vaya a la cárcel no la tendrían que haber pasado. No sólo en este programa, sino en general, los medios de comunicación juegan con la escabrosidad, y eso es lamentable; eso no educa a la gente, al contrario, la hace disfrutar.La respuesta de los conductores no se hizo esperar.–Es discutible decir que la gente lo disfruta y englobar a toda la gente; todos los seres humanos, a lo mejor, no reaccionan de la misma manera.Ahora bien, cómo se lleva a la práctica ese derecho. Desde mediados del siglo pasado se abrieron diferentes canales para difundir la opinión de los lectores. El primer instrumento posiblemente haya sido la Carta de Lectores, sección de los diarios impresos donde se difunden sus opiniones sobre los más diversos temas. El segundo fue “el derecho a réplica”, que implica la obligada disponibilidad del diario (que pocos medios cumplen) a publicar la opinión de cualquier persona que, mencionada en alguna nota, se hubiera sentido agraviada. Hacia finales del siglo pasado, ciertos medios comenzaron a ensayar otros mecanismos de autocontrol. El más conocido se denomina Ombudsman o Defensor del Lector. Aquí, un profesional contratado por el mismo diario oficia de abogado de los lectores. En general, a partir de demandas e inquietudes de los consumidores, evalúa la forma de tratar determinados temas. Sus consideraciones se supone son una fuente para futuras correcciones o desarrollos en las páginas del periódico. En Argentina casi no hay experiencias de este tipo. Las que existen tienen un rango menos, como es el caso de Clarín.Ultimamente, los que tomaron más vigor fueron los llamados Observatorios de Medios. Estos tratan de ejercer desde la ciudadanía una evaluación sobre el desempeño de los medios en el tratamiento de la información. En Argentina existen cinco observatorios, pero el que adquirió más reconocimiento fue el que impulsó el Consejo Nacional de la Mujer, el Instituto contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) y el Comfer con el objeto de “ejercer un seguimiento y análisis sobre las formas y los contenidos de las emisiones de radio y televisión que pudieran incluir cualquier tipo y/o forma de discriminación”. La experiencia muestra en su portal www.obserdiscriminacion.gov.ar resultados interesantes en el análisis de casos como el de CQC o la publicidad denominada “Gerardo”.El filósofo se preguntó, abrumado:–¿Entonces qué están aplaudiendo?Los conductores respondieron:–Se aplaude el informe.El filósofo retrucó:–¿Y es para aplaudir eso?La participación de Tomás Abraham en TVR pone en evidencia lo poco que se debate en la Argentina sobre los medios y más en los propios medios, obsesionados últimamente por hablar de ellos mismos (especialmente la televisión) sin un mínimo atisbo de autocrítica. Porque finalmente, aquello que pudo haber empezado siendo una mirada irónica sobre su desempeño terminó en un autismo paródico que pareciera no hacer otra cosa que burlarse de los espectadores.La pregunta de Tomás Abraham sigue rebotando en las pantallas como si nos la estuviera haciendo a todos, que, como unos tontos, también aplaudimos:“¿Y es para aplaudir eso?”* Docente e investigador, Facultad de Periodismo y Comunicación Social UNLP.

el continente más injusto

"Somos el continente más injusto, donde menos se distribuye la riqueza"
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner aseguró hoy que América Latina "es todo un tema" y afirmó que "no somos el continente más pobre, somos el más injusto, donde menos se distribuye la riqueza".La jefa de Estado hizo estas declaraciones al hablar en la Fundación Alas, que preside la cantante Shakira, ante otros mandatarios latinoamericanos, donde también dijo que "no es una cuestión menor trabajar por los niños, es algo para celebrar".La presidenta Cristina Fernández de Kirchner destacó hoy que Argentina "cuenta con el mayor grado de desarrollo social en toda América Latina, de acuerdo a datos de Naciones Unidas, y de alfabetización y de chicos que asisten a la escuela".Para Cristina "abordar problema de los chicos es un tema más que importante" y resaltó que los gobiernos "deben lograr políticas de Estado", al considerar que el mayor problema "se da en chicos de 0 a 6 años en crisis de la familia y en aquellos sectores que no tienen trabajo o ingresos insuficientes para educación, salud y seguridad".La presidenta abogó, al hablar en el acto de la Fundación Alas, porque "los jefes o jefas de familia vuelvan a tener trabajo bien remunerado o decente, porque la mejor educación que un chico puede recibir es su familia". En este sentido, la Presidenta aseguró que "es necesario cambiar un modelo que se instaló en América Latina y que pretendía la desaparición del Estado"."No se puede brindar la misma calidad en todas partes, el Estado a través de planes asiste en maternidad, lactancia, madres jóvenes, sobre todo en aquellas zonas donde el crecimiento económico no ha llegado", afirmó la mandataria argentina.Durante su discurso , Cristina señaló que "hay sectores que estuvieron fuera del aparato productivo y no se pudieron desarrollar. Hay demanda laboral que no se puede cubrir por falta de capacitación, por eso en Argentina estamos trabajando fuerte en todos los frentes".

Política de los medios

Quién “opacó” el discurso: ¿Antonini o los diarios?Varios diarios sugirieron ayer que la declaración de Guido Antonini Wilson en Miami “opacó” el discurso que la presidenta Cristina Kirchner había dado unas horas antes ante la asamblea de la ONU. Sin embargo, los matutinos no analizaron ni explicaron a sus lectores por qué prefirieron privilegiar un tema sobre el otro. Es decir, no se preguntaron por su propio rol en “opacar” el discurso. En Clarín, Eduardo van der Kooy afirmó que “el tenebroso venezolano (en referencia a Antonini) se encargó de aguar otra vez la fiesta que Cristina presumía en Nueva York”. El diario editó ayer como título principal “Antonini habló en el juicio sobre otra valija con dólares”, y relegó a un título secundario el discurso presidencial. En La Nación, Jorge Rosales consideró que “la aparición de Antonini opaca, de algún modo, la presentación de la Presidenta en la Asamblea de las Naciones Unidas”. En su título principal, al igual que Clarín, La Nación editó “Antonini declaró que en otra valija llegaron US$ 4 millones” y sólo le cedió un recuadro de seis líneas en su tapa a las palabras de la Presidenta. ¿Quién “opacó” o “aguó la fiesta” entonces? ¿Antonini con su declaración o los medios que jerarquizaron a ésta por sobre el discurso de la Presidenta? En Página/12, Daniel Míguez señaló que en la comitiva oficial ignoraron la palabra de Antonini “no porque no tuvieran nada que decir, sino en un intento de minimizar algo que pueda opacar en términos de títulos periodísticos la performance de la Presidenta”. Página editó en su título principal el discurso ante la ONU.