miércoles, 1 de octubre de 2008

licastro y lo estratégico de la paz

Delegación Argentina
Junta Interamericana de Defensa
2405 I Street, NW
Washington, DC 20037


LA PAZ COMO RECURSO ESTRATÉGICO *


Señoras y señores:

Me es muy grato presentar la perspectiva argentina en la construcción de las medidas de confianza con Chile, en esta conferencia conjunta organizada tan cordialmente por la Junta Interamericana de Defensa -JID-. La finalidad propuesta es extraer conclusiones académicas y didácticas que puedan resultar interesantes en la dinámica de la realidad regional y continental de las Américas.

En nuestro concepto, el punto de inicio de este recorrido fructífero de valor político, diplomático y militar es el Acuerdo del Beagle de 1978, logrado con la generosa intervención de Juan Pablo II quien, como él mismo lo afirmara en un momento histórico crucial, prefirió arriesgar el prestigio internacional de la Santa Sede en una mediación difícil, que aceptar pasivamente una guerra entre países hermanos, de incalculables consecuencias proyectadas en el espacio y en el tiempo.

Esta presencia lúcida y carismática fue la que guió las conversaciones diplomáticas que culminaron en el Tratado de Paz y Amistad, firmado en Roma el 29 de noviembre de 1984, y que hoy ilumina las relaciones entre ambos estados en una época diferente y superadora.

Lo útil mira al porvenir

Una sabia reflexión de la filosofía clásica dice que “lo útil mira al porvenir” [Aristóteles], y es con ese espíritu que resulta adecuado tratar este Acuerdo, cuya dinámica basada en la pacificación y el consenso llevó directamente del conflicto a la confianza y de la confianza a la apertura en las relaciones exteriores de Argentina y Chile. Esta nueva concepción, expresada en la voluntad política de los estadistas y fundada en la amistad histórica de los pueblos, permitió en forma rápida y sucesiva solucionar totalmente los problemas limítrofes pendientes en una de las fronteras más largas del mundo, dominada por una gran cordillera y la presencia austral de los hielos continentales.

En sólo 30 años, el tiempo apenas de una generación, las medidas de confianza mutua se multiplicaron hasta culminar en la integración de la Fuerza de Paz Combinada “Cruz del Sur”, cuyas recientes ejercitaciones en la ciudad argentina de Comodoro Rivadavia [2008], verificaron su preparación y capacitación de excelencia para cumplir misiones de paz con mando unificado. Una transformación notable, a tono con el verdadero arte de la conducción política, que debe nutrirse siempre de iniciativa e innovación para adaptarse creativamente a las oportunidades de la evolución y abrir así nuevas perspectivas para todos.

Esta velocidad en la resolución de problemas que se habían eternizado en épocas pasadas y que, manejados con la arbitrariedad propia de las dictaduras, pusieron a ambos países al borde de una guerra fratricida, prueba hasta que punto las motivaciones del conflicto eran artificiales y sectoriales. Ellas no representaban, de ningún modo, la opinión de pueblos hermanos, sancionada de modo ejemplar por la historia durante 200 años de hipótesis, amenazas y crisis, correspondientes a viejas teorías geopolíticas, pero que nunca pudieron forzar ninguna guerra. En consecuencia, esta frontera tan larga y compleja fue también, por la realidad inapelable de los hechos, una de las fronteras más pacíficas y estables del mundo.

No podría ser de otra manera, porque Argentina y Chile nacieron a la independencia unidos para conquistar la libertad. Una gesta encabezada por San Martín y O’Higgins, que posibilitaron que una fuerza –diríamos hoy multinacional- con una insignia continental, la bandera del Ejército de los Andes, incorporara también soldados de lo que actualmente son Bolivia, Paraguay y Uruguay, para llevar su gloriosa campaña al Perú y el Ecuador.

Allí se encontraron con las tropas venezolanas y colombianas del Libertador Bolívar, sellando la soberanía de la América del Sur, en forma comparable a la acción de Washington en la América del Norte –en las 13 colonias británicas de entonces- pero obviamente con una mayor vastedad territorial por las tierras y mares emancipados en conjunto del imperio español.

¿Qué nos mantuvo unidos y en paz, por sobre los incidentes tantas veces inducidos por metrópolis neocoloniales para “dividir y reinar”?. Sin duda fue la identidad cultural, en cuyo seno hay inscriptas creencias profundas que avalan el sueño de un destino compartido. Sentimientos e ideas que la democracia restaurada puede y debe fortalecer y llevar a la práctica: los derechos inviolables de la persona humana, la equidad y la justicia social, y el desarrollo educativo, tecnológico y económico. Grandes retos presentes y futuros que no pueden encararse con éxito de manera aislada, sino asumiendo en plenitud la era del continentalismo y la integración.

Esta realización universal, en la actualidad, de las teorías geopolíticas y geoeconómicas que señalaban y señalan el paso obligado por la instancia de la unión regional, para fomentar el desarrollo integrado, y así evitar los aspectos negativos de una globalización asimétrica, desafían la trayectoria argentino-chilena, a mitad de camino aún entre el acercamiento, la apertura y una real asociación en sus múltiples significados.

Es imposible que este camino vuelva al viejo escenario de competencia y rivalidad, en una dirección retrógrada que iría contra todas las tendencias modernas en lo político, económico y social. Pero también es cierto que una simple relación amistosa, acotada a pequeños proyectos, no cubriría la expectativa de los pueblos, ni aprovecharía el enorme potencial de nuestros países para concretar intereses y coordinar acciones de gran beneficio mutuo, a fin de acceder en forma inteligente al futuro.
Hacia una asociación estratégica

En este punto, y aunque parezca paradójico, la confianza mutua en el plano militar – que inició este proceso – resulta insuficiente, ante la posibilidad de establecer un nuevo tipo de relación, caracterizada por la asociación estratégica. Ella supone comprobar y ratificar las condiciones dadas para formular propuestas mayores a mediano y largo plazo, a fin de ir asumiendo una identidad unificada para el desarrollo de ambas naciones: sea por sí mismas, sea por el marco regional que la requiere como condición de su propia factibilidad, en la iniciativa de crear el Consejo Sudamericano de Defensa.

Esta fue la concepción que prevaleció en tres grandes estadistas sudamericanos –Juan Perón, Getulio Vargas e Ibáñez del Campo- quienes ya a mediados del siglo XX se anticiparon con el proyecto precursor del “ABC” [Argentina-Brasil-Chile]. Ellos comprendieron que la unión económica sería imposible con un conflicto permanente y estéril en el espacio de gran valor estratégico del cono sur del continente.

Baste observar el mapa para comprender el determinismo geográfico de una relación binacional proyectada realmente al futuro. Allí vemos a dos únicos países americanos australes, compartiendo una cordillera que sintetiza las cuencas atlántica y pacífica con una dimensión bioceánica; de cara a los grandes pasajes marítimos creados por la naturaleza; y frente al continente antártico que registra su presencia esforzada en estas latitudes y los convierte de hecho y de derecho en estados bicontinentales.

En cuanto a las vías diplomáticas, y descartada para siempre la intemperancia del unilateralismo, deben considerarse armónicamente la acción bilateral y la acción multilateral, que no sólo no se excluyen, sino que son confluyentes y complementarias. Esto es así tanto a nivel del Mercosur ampliado, como de Unasur, para ir compatibilizando progresivamente la identificación de objetivos comunes, la definición de prioridades, la determinación de los principales actores y mecanismos de acción, y el establecimiento de las instituciones responsables.

La prudencia, la discreción y las buenas maneras siempre serán válidas para el ejercicio profesional de las relaciones internacionales, pero no pueden sustituir las iniciativas esenciales y las propuestas sinceras, para dar nueva vida a la interacción entre estados vecinos y afines en una etapa distinta de su trayectoria. Esta verdad elemental cierra el capítulo intrascendente de un juego diplomático anacrónico, que tanto tiempo malgastó en el laberinto de las hipótesis de conflicto, negando las tareas compartidas de un progreso necesario y obvio.

Por esta razón, que es común a todos los países hermanos de la región, tenemos la oportunidad histórica –que quizás no se repita fácilmente- de dar pasos inéditos para ir alcanzando una nueva clase de entidad política, económica y militar. Así se advierte en el ejemplo de lo que ocurre en la Unión Europea, en la América del Norte y en la América Central, con sus propias realidades y criterios de acción, pero siempre tras el esfuerzo imprescindible de imaginar una nueva clase de poder colectivo, para el mejor equilibrio y prosperidad de las diferentes regiones del mundo.


Un desarrollo mancomunado, integral y sostenido

América de Sur por su posición territorial y cultural representa lo que se ha definido sugerentemente como el “extremo occidente”; y que por una paradoja de la globalización, está determinada a un mayor enlace económico y comercial con las potencias emergentes del “extremo oriente”.

Los efectos del comercio a gran escala entre ambos espacios geoeconómicos son incalculables, específicamente para quienes compartan una visión bioceánica que ya no está encerrada por fortuna a las líneas de mira de los buques de guerra. Ella pertenece ahora a la potencialidad mancomunada de la infraestructura portuaria, marítima y de los corredores de movilización y transporte para un intercambio mutuamente fructífero, que cada día implementará nuevas técnicas y tácticas de crecimiento.

Por eso afirmamos que la paz es un recurso estratégico, junto a la consolidación y perfeccionamiento de la democracia, para acompañar esta tendencia inexorable al desarrollo integral y sostenido, que nuestros países necesitan para salir simultáneamente de la marginación en cuestiones económicas y de seguridad internacional. Esto equivaldrá a autodeterminar nuestra existencia y elegir nuestro destino. Es decir: cumplir con la promesa fundacional lanzada al testimonio de los tiempos por nuestros padres de la patria.

El bicentenario de nuestra libertad es un horizonte propicio para repensar nuestra vocación de soberanía y dignidad. Ellas no se concretarán por medio de un nacionalismo insularizado que no tenga en cuenta la cuestión nacional de los países vecinos, como muchos latinoamericanos creímos en algún momento de nuestra militancia juvenil. No en vano hemos debido madurar en el escenario esclarecedor de la dinámica histórica, para comprender definitivamente que en 2010, como en 1810, el ideal heroico y vibrante es el de la construcción de la patria grande.

Cuando la divina providencia construyó la Cordillera de los Andes, en el curso de una evolución geológica que persiste, sabía que los pueblos que habitarían a ambos lados de este monumento de la naturaleza – los pueblos trasandinos formados de sangres originarias e inmigrantes – tendrían las posibilidades y los problemas de toda unión de hermanos. Falta ahora nuestra colaboración para que la mano del hombre siga la obra de la creación en la evolución de la conciencia colectiva de nuestras sociedades, transformando el sentido geopolítico de las fronteras, de motivo de conflicto a puente de encuentro y realización de una unidad más fuerte.

No se trata de una actitud excesivamente idealista ni ingenua, porque ningún estado que se precie de tal, abandona su defensa nacional ni descuida su integridad territorial. Por el contrario, la asociación mutua es una decisión realista y necesaria, gestada en la maduración de una cultura estratégica, capaz de sumar factores diversos y múltiples a favor de la identidad histórica, la vecindad geográfica y el nuevo poder de la unión regional.

De qué otro modo podríamos comprender y adaptarnos a la velocidad de cambio de un mundo donde ocurren hechos impensables para nuestra generación: la implosión de la Unión Soviética, la caída del Muro de Berlín, la unidad de Europa el continente que generó las guerras mundiales, el ascenso vertiginoso de China e India, el ataque terrorista a las Torres Gemelas y el derrumbe de Wall Street. Sucesos no siempre producidos por un enemigo exterior, pero que reclaman una participación más activa de los pueblos en la construcción pacífica y laboriosa de su propio destino.

Muchas gracias.

* Exposición del Ministro Julián Licastro, Jefe de la Delegación Argentina, en la conferencia “Construyendo medidas de confianza con éxito – Caso: Argentina – Chile”, organizada por la Junta Interamericana de Defensa, en su sede, Washington, 1º de octubre de 2008.

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