lunes, 29 de septiembre de 2008

Julián nos cuenta porque no hay suicidios de banqueros

COLAPSO FINANCIERO Y GUERRA FALLIDA


Por: Julián Licastro


Los extremos se tocan

Entre los hechos sorprendentes que nos ha tocado presenciar en su mismo escenario político, durante nuestra estadía en Washington, se encuentra sin duda el actual colapso financiero de Wall Street, cuyo máximo símbolo, las “Torres Gemelas”, fuera destruido en el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001. Esta vez otro fundamentalismo, el del “capitalismo salvaje”, según la acertada expresión de Juan Pablo II, fue el causante de una conmoción comparable, aunque en el orden no menos cruento del desastre económico globalizado, y sus devastadoras consecuencias sobre millones de personas inocentes respecto de las decisiones irracionales que lo ocasionaron.

Esta crisis espectacular, que es la más grave desde la gran depresión iniciada en 1929, tiene una relativa contención en las operaciones de rescate realizadas por los bancos centrales, instituciones nacionales de última instancia que entonces no existían, y que fueron creadas precisamente para actuar en situaciones límites. Por eso no hay suicidios de banqueros y gerentes, sino hasta “júbilo”, según dicen los diarios, ante las medidas de rescate que les han permitido a éstos obtener ganancias extraordinarias en el juego bursátil de pérdidas históricas y recuperaciones sorpresivas por la intervención arbitraria del Estado. Al mismo tiempo que, antes de ser desplazados por los funcionarios oficiales nombrados en la emergencia por el gobierno, autoasignarse grandes honorarios y titularidades de bonos que, paradójicamente, premian y no penalizan su conducta empresaria.

Pero estos contrastes en la suerte individual de ganadores y perdedores en el arte perverso de la especulación, que castiga paralelamente al mundo de la producción y el trabajo, no es lo más significativo de esta realidad vertiginosa, sino el trastocamiento absoluto del sentido y la finalidad del rescate estatista intentado por la Reserva Federal. Este rescate está dirigido a favorecer no sólo a grandes bancos privados, sino a instituciones financieras no bancarias; empleando toda una gama de medidas, procedimientos y fondos de utilización inédita en casos de quiebras y bancarrotas. En síntesis: la “nacionalización” y “estatización” de los gigantes financieros colapsados, utilizando masivamente dinero público de los ciudadanos contribuyentes, implica un socialismo al revés donde la seguridad y los beneficios son privatizados, y el riesgo y los costos son colectivizados [Nouriel Roubini – Prof. New York University].

Este obvio contrasentido, encabezado por el llamado “fundamentalismo de mercado”, que llevó a cabo la más agresiva campaña por el libre comercio, la privatización de las empresas públicas y la desregulación económica indiscriminada, dió paso a la circulación de todo tipo de ironías por parte de analistas y comunicadores estadounidenses. En este tono, se habla de “los camaradas Bush, Paulson y Bernanke” creadores del “socialismo siglo XXI” y de la “República Socialista de los Estados Unidos de América” [William Buiter].

El tema en rigor es más dramático. Los costos mínimos del rescate de quienes concentran la mayor riqueza del país, ha sido calculado inicialmente en 2.000 dólares por persona que paga impuestos, o 10.000 dólares por familia norteamericana; aunque aún no se hayan hecho proyecciones de lo que implicará como impacto negativo, vía recesión y sus secuelas, en otros países y continentes. Es el resultado, como se advierte, de un extremo ideológico que puede acudir, en su propia ayuda, a medidas y modelos de su polo opuesto [capitalismo - comunismo].


Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago

Esta operación de rescate y estatización, considerada por los expertos como la mayor de la historia, presenta igualmente otros rasgos paradójicos, pero de distinto signo. Es el caso de las presiones sobre el Departamento del Tesoro de EE.UU., para que se hiciera cargo de las firmas hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac, ejercidas por tenedores extranjeros de títulos de deuda, como China con 376.000 millones de dólares, y Rusia con 75.000 millones de dólares, además de Japón con 225.000 millones de dólares. Cifras muy importantes que nos dicen de una globalización financiera que no sólo sobrepasa cualquier barrera ideológica, si la hubiere, sino también cualquier cálculo de interés geopolítico.

Esta quizás sea la primera vez que los bancos centrales extranjeros usaron su poder como acreedores, para hacer que el gobierno federal de la superpotencia militar adoptara medidas que protegieran intereses externos [Brad Stetser, experto en geoeconomía del Consejo de Relaciones Exteriores con sede en Washington]. Hecho singular que, en nuestra interpretación, relaciona directamente la economía y la estrategia, y puede develar la naturaleza del “poder detrás del trono” en un país que siempre alega su liderazgo de la democracia en todo el mundo.

El telón de fondo de esta gran crisis, donde sólo deciden realmente quienes detentan poder, ha sido -como en las realidades más acotadas de nuestros propios países dependientes- un coro mediático de ocultamiento del desastre hasta último momento. Baste decir que por meses no se habló aquí de recesión, sino de “crecimiento lento” [Bush], y hasta el candidato republicano, en el momento inicial del rescate, afirmó que “los elementos esenciales de la economía de este país son fuertes” [Mc Cain].

Es lo que confiere a los hechos ahora revelados el carácter de “escándalo” y, según algunos comentarios, el de “estafa”, por el encubrimiento de datos claves para procesar las decisiones económicas del cúmulo de ahorristas, pensionistas y pequeños inversores, todos los cuales fueron burlados en su buena fe respecto del actual régimen económico. La situación se agrava porque el FBI, con su departamento de inteligencia económica, se encuentra investigando la comisión de posible fraude por, al menos, cuatro de las grandes empresas en cuestión.

Mientras, de otro lado, crecen las dudas en muchos legisladores oficialistas y opositores por el debate parlamentario sobre los 700.000 millones de dólares pedidos por el Presidente para paliar la crisis. Estos legisladores, siguiendo la opinión popular y sus encuestas, no vislumbran detrás de esta cifra enorme la existencia de un verdadero plan de recuperación económica del país, y mucho menos un auxilio concreto para la gente común que ha perdido sus casas, sus empleos y sus pensiones.

Por lo tanto está en plena discusión el cuánto, el cómo y el quién de este salvataje; ya que de cumplirse exactamente lo solicitado en la comunicación al Congreso, la acumulación de recursos para la decisión de una sóla persona –el Presidente Bush, asistido por el Secretario del Tesoro Paulson- sería la más grande de la historia mundial de la economía y las finanzas. Por lo demás, el mandatario, en su mensaje televisado a la nación, práctica poco frecuente aquí, urgió la aprobación del texto enviado so pena de producir “pánico financiero” y una “catástrofe económica”; lo que equivale a admitir de golpe, y sin autocrítica alguna, un rumbo económico tan prolongado como errado.


No convertibilidad del dólar y especulación financiera

En efecto, los economistas consultados atribuyen el inicio de la especulación desbordada a los últimos tiempos de la Administración Reagan, donde se aplicó la desregulación de la actividad bancaria comercial, y se permitió el funcionamiento de hecho, como si fueran bancos, de agencias de corretaje bursátil e inmobiliario. Estas empresas irresponsables, sin el tradicional control estatal de su actividad, potenciaron el mercado de reventa de hipotecas y de otros valores con fines especulativos, “creando” una masa de dinero no sostenida en los bienes de la economía real [la “burbuja financiera”].

Haciendo un poco de historia sucede que, desde la década del 70 - luego que Charles de Gaulle exigiera la conversión en oro de los dólares–billete de la reserva de Francia, y la posterior “no convertibilidad” dictada por Nixon - EE.UU. había disfrutado de la emisión discrecional de su papel moneda, que era a la vez la divisa internacional del comercio mundial y del atesoramiento bancario; desplazando progresivamente a la libra esterlina con la cual se había construido el viejo imperio británico.

La década del 80 registró ya los primeros defasajes de esta referencia monetaria asimétrica, que privilegiaba al nuevo imperio norteamericano, y de allí las crisis de la OPEP y su masa de “petrodólares”; elevando el precio de los hidrocarburos como referencia más real del intercambio económico. Esta situación que aún subsiste, aunque aprovechada por las corporaciones petroleras transnacionales, tiene sin embargo un nuevo referente en la visionaria creación del euro, que dió lugar a la mayor operación de reconversión monetaria de la que se tiene memoria.

Este es uno de los límites actuales de la economía a escala global, junto con el paralelo florecimiento de espacios regionales integrados de producción y comercio, que evitará que esta vez la red de países pequeños y medianos –como el nuestro- pague directamente, y en forma multiplicada, la crisis del sistema central. Es el sentido de aquella frase que decía que un resfrío en Wall Street era una neumonía en la periferia del régimen capitalista.

La desregulación económica como problema y falsa solución

Lo insólito es que hoy mismo, según se ve, al problema producido por la desregulación de los grandes grupos financieros se lo pretenda solucionar con una ley que consagra una desregulación aún más drástica, desde que el Departamento del Tesoro puede comprar cualquier empresa, en cualquier condición y a cualquier precio, con el argumento de evitar un derrumbe total del sistema nacional y el consecuente caos global.

Si hay algo que no parece aquí por ningún lado es la tan mentada “ortodoxia económica”, que en realidad actuó por décadas como discurso teórico justificador del poder liso y llano de los centros financieros y comerciales dominantes, beneficiados por la red de influencias y condicionamientos impuesta por la articulación imperial de los espacios económicos, especialmente en los países subdesarrollados. Estos países, con gran parte de su dirigencia política y empresarial cooptada por “organismos internacionales” supuestamente técnicos e independientes, recibieron las enseñanzas al revés de la factibilidad de un desarrollo propio y autosostenido, que en realidad debería haber respondido a la necesidad de inclusión social, integración territorial y unión regional.

En consecuencia, los proyectos exitosos que permitieron la emergencia de estados importantes del llamado “tercer mundo” como China e India, lo hicieron a partir de la “heterodoxia”, por denominar así a las tendencias soberanas dirigidas a alcanzar la máxima autonomía posible en los objetivos y metas del desenvolvimiento económico, y la utilización más adecuada de los recursos naturales e históricos de cada pueblo. Para una simple muestra del destino final de instituciones como Merrill Lynch o la centenaria Lehman Brothers, que se cansaron de emitir informes negativos y pesimistas sobre el “riesgo país” de la Argentina, digamos que están en quiebra o fueron vendidas al mejor postor, dentro del pragmatismo oportunista del capitalismo global [Carlos Benítez].

Ni Argentina ni Brasil -dueño de una de las economías de mayor volúmen mundial- han sido consultados respecto de estas decisiones macroeconómicas que tendrán que resignarse a sufrir, sin participar ni siquiera de un debate de ideas e iniciativas. Y no lo serán hasta que, vía la unión de los países suramericanos, en un proceso creciente de regionalización en ésta y en otras partes del globo, salgan de la marginalidad estratégica que los condena, de modo simultáneo, en el plano diplomático y económico.


El Pentágono y la “sucesión apostólica”

En este sentido, es interesante y esclarecedor observar la estructura y los mecanismos de decisión utilizados en el intento de resolver una crisis tan grave según los grandes intereses corporativos*, que exceden el manejo de los partidos políticos de este país, hoy en plena campaña electoral presidencial. Campaña que ahora aparece devaluada, ante el peso de las medidas económicas que está tomando precipitadamente un grupo de dirigentes al final de su mandato, pero que ejercen, con la anuencia del Pentágono, lo que algunos autores llaman “la sucesión apostólica” [James Carroll].

Según esta sucesión corporativa, establecida en el corazón de la más alta concentración de poder económico y militar, antes que el pueblo vote para refrendar públicamente lo decidido a puertas cerradas, se determinan los futuros programas y equipos de gobierno. Es decir: la selección corporativa condiciona por adelantado la elección partidista, cualquiera sea el resultado el día del comicio.

Este es, sin duda alguna, el mismo grupo selecto que declaró en Irak la “guerra del petróleo” [Alan Greenspan], utilizando presupuestos de defensa con cifras históricas, y reportando a la vez ganancias sin precedentes a las corporaciones transnacionales de este sector hegemónico. Queda abierta, entonces, una reflexión profunda que pueda vincular a los responsables directos o indirectos de la crisis financiera en curso, con la estrategia fallida de una guerra que están pagando los pueblos, con sangre o con el dinero de su bolsillo, pero que como hecho histórico, debe aceptarse, no tiene ninguna gloria ni destino.


* El actual Secretario del Tesoro H. Paulson es un conocido millonario del círculo financiero estadounidense y presidente de la importante firma bancaria Goldman Sachs hasta el 2006. Según la prensa de Washington, Paulson insistió hasta unos días antes del colapso que el sistema financiero “andaba bien” y que cualquier problema se resolvería “a su tiempo”.

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